28/03/2024

Radio Maestra

“Yo vi jugar a Messi”, por Quimey Marfil

22/12/2022 |



* por Quimey Marfil

En junio de 2015, mientras se disputaba la Copa América en Chile, con el dolor todavía fresco por la final perdida un año antes con Alemania, con la ilusión de un nuevo título en juego, con los críticos esperando el primer traspié para hacer leña del árbol caído, escribí este pequeño texto tratando de expresar, humildemente, lo que siempre me generó Messi. En mi vida he cambiado muchas cosas, pero una constante se ha mantenido a lo largo de los años: mi amor incondicional a Lionel Messi. Desde que empecé a seguirlo en el Mundial Sub 20 del 2005 soñé con verlo campeón del mundo. En 2015 no sabía si iba a ser posible. Siete años y medio después Leo demostró que sí, que los sueños se cumplen para aquellos que nunca, jamás, dejan de intentarlo.

Aquí, lo escrito hace más de siete años:

* Junio de 2015

Pelé era el mejor jugador del mundo. Nunca había existido uno como él. Era tan bueno que sus contemporáneos lo apodaron “o rei pelé”. Incluso se dice que hizo, entre torneos oficiales, amistosos y de selección, más de 1000 goles. Todos, incluso él, creían que era imposible que alguna vez surgiera un jugador mejor. Hasta que un día apareció un pibe nuevo. Era argentino, morochito, petiso, ruliento, zurdo y venía de lo más pobre, de lo más marginal del conurbano bonaerense. Todos empezaron a hablar de él. De que tenía un futuro enorme, de que iba a ser la nueva estrella del fútbol mundial, de que iba a revolucionar el deporte; pero los más viejos o los más nostálgicos insistían en que era imposible que superara al “Rey Pelé”. El pibe creció. Se fue del país, primero a España y después a Italia, al sur italiano, donde quizá se sentía más cerca de casa que nunca. Y los que aseguraban que nadie iba a poder superar al astro brasilero empezaron a dudar. Y pasó por Japón, y por España, y por México donde hizo lo que nadie ha hecho nunca. Y ya nadie dudó. Ese morochito argentino había logrado lo que parecía imposible. Y como el título de rey ya quedaba chico empezaron a llamarlo D10S, y lo nombraron el mejor jugador del siglo, y ahora sí, como todo lo que podía hacerse dentro de los límites de la física ya había sido hecho por éste tipo, todos cerraron las persianas y profetizaron que nunca, jamás, iba a existir un jugador mejor que él.

Crecí lamentando el hecho de no ser contemporáneo del Diego, de no haber podido disfrutarlo en vivo, convencido de que por mucho que viviera nunca podría ver algo semejante. Y un día apareció otro pibe. También argentino. También petiso. También zurdo. No venía de los suburbios bonaerenses sino de una familia rosarina de clase media. Pero los rumores volvieron a aparecer. Y junto con ellos reaparecieron los viejos y los nostálgicos que decían que no iba a poder superar al dios del fútbol. Y como encima éste también era argentino los augurios se mezclaron con la competencia y el recelo. Entonces, los más envidiosos, los más cerrados, los que entienden de pasión pero no de fútbol, empezaron a decir que éste no era tan bueno, que había surgido en el mejor club del mundo y no se había tenido que hacer de abajo como su predecesor, que jugaba bien en su club pero cuando jugaba para la selección no transpiraba la camiseta… ¡¡hasta llegaron a cuestionarle que no cantaba el himno!! Pero el pibe siempre se mantuvo al margen de esas críticas, ajeno a todo tipo de comparaciones, siempre con el mismo perfil bajo, dedicándose simplemente a jugar al fútbol.

Y siguieron los goles, y siguieron los títulos, y fue quebrando récord tras récord, y fue haciendo cosas cada vez más imposibles. Y el mundo del fútbol empezó a hablar del nuevo Messias. Y las voces que lo criticaban se fueron apagando de a poco, quedando marginadas a unas escasas y poco futboleras opiniones. Lionel Messi sigue jugando. Sigue haciendo goles, y ganando títulos, y rompiendo récords y desafiando las leyes de la física. Yo no sé si alguna vez pueda ganar el mundial con la selección. Y hasta después del ejemplo del Diego y del suyo propio empiezo a dudar si dentro de algunas décadas no surja algún pibe, mitad humano, mitad máquina que pueda superarlo. Lo único que sé, es que estoy agradecido a la vida de ser contemporáneo del mejor jugador que alguna vez haya pisado una cancha de fútbol. Agradecido, en un mundo cada vez más chato y que parece caminar cada vez más hacia la autodestrucción, de poder disfrutar de vez en cuando algunos instantes de magia. Si hay una palabra que resume lo que siento cada vez que lo veo, es ilusión. La ilusión de que no todo está hecho, de que siempre se puede hacer algo más, de que siempre se puede ver algo nuevo, de que no todo está escrito. Gracias Lionel. Gracias por el fútbol, gracias por la magia, gracias por ilusionarme y por emocionarme hasta las lágrimas. Algún día, cuando sea viejo y tenga cada vez más arrugas y cada vez menos pelo, podré decir “Yo vi jugar a Messi”. El resto, todavía está por escribirse.