por Lic Ivana Carena
Un niño que no puede jugar, es un niño que tiene alguna dificultad y por tanto sería necesario prestarle atención o realizar algún tipo de consulta.
Viajando en el subte, observé a una criatura muy pequeña, estaba con un papelito entretenido imaginando que ese pequeño papel era algo que cocinaba y le daba a su mamá. ¡Y era solo un papel!. Jugar es un acto que requiere poder simbolizar, crear, inventar, y no necesariamente involucra juguetes muy sofisticados. Una caja, puede ser un auto, una nave espacial o una cocina. Unas cacerolas pueden convertirse en una excelente batería y la cuchara de madera, en el micrófono de un concierto de superestrellas.
Frente a estas imágenes surgen algunas preguntas: ¿ Desde qué lugar o por qué comprar juguetes? ¿Son relevantes? ¿Cómo nos posicionamos los adultos frente a las demandas? Los juguetes son importantes “medios” para jugar, permiten simbolizar, jugar al “como si”, necesario en el juego. Por ejemplo jugar a “tomar el té”, con “tazas en miniatura”, al “supermercado” con “ dinero de juguete” o unas “cartas” o algún otro ” juego de mesa” pueden ser el vehículo para intercambiar, pensar, hacer cuentas, escribir y compartir con otros. “Muñecas y muñecos” permiten representar diferentes personas, emociones, situaciones de la vida diaria. “Una pelota”, sabemos puede ser un elemento que nos entretenga muchas horas y puede ir cambiando su uso según el juego que se puede armar.
Sin embargo, los adultos nos encontramos contagiados, sumergidos también en la industria del mercado, y las publicidades, cuyo público cada vez es más joven, incluso bebés muy pequeños. Nos vemos involucrados en un mundo donde siempre puede haber algo más, nunca es suficiente: un nueva serie para coleccionar, unos bloques diferentes para construir, “toda” la colección de determinados personajes, y cuando digo “toda”, me refiero a una serie infinita porque siempre, o casi siempre sale una última versión, un personaje especial. Entonces aparecen las frases: “¿Me compras?”, “Porfi, porfi…”. Sumado a que: “Todos lo tienen”
Un tema aparte, que se incorpora a la trama del consumo son los juegos por computadora y consolas, tan difíciles de limitar en cantidad y tiempo. Muchos padres consultan su preocupación acerca, no sólo de el tipo de juegos, sino en el número de horas que un niño o adolescente pasa frente a las pantallas y el condimento adictivo que suele añadirse a este tipo de entretenimiento, que no siempre incluye el jugar. Frente a ello, la respuesta no es unívoca. Sería imposible prohibir totalmente el acceso a estos videojuegos y, en ocasiones, pueden sentirse excluidos de los grupos si no acceden a estar con sus compañeros “en línea”. La respuesta que suelo dar a los padres sería : limitar su uso, realizar un hábito responsable en horas de empleo, llegar a acuerdos previos con los niños o adolescentes y cumplirlos, recomendar los juegos que potencian el uso de estrategias, juegos en equipo, preferiblemente con amigos que conozcan, acordar incluso con los padres de sus compañeros de juego para que jueguen determinados tiempos u horarios. Es decir, lo importante es el “uso” que se haga. Incluso los videojuegos pueden habilitar la creatividad, imaginación, intercambio con pares. No es fácil, pero creo que es relevante no claudicar en el lugar del adulto como referente y encuadrante acerca de qué juegos, cómo o cuándo jugar. Y, si ello implica cierto encierro e imposibilidad de otros tipos de intercambios lúdicos, preguntarse si no se convierte en un refugio o defensa para no enfrentar otro tipo de desafíos, y desilusiones que en otros ámbitos deportivos, grupales son difíciles de afrontar. En los videojuegos siempre se puede volver a iniciar luego del“game over”, en cambio, en la vida real, a veces hay que tolerar “perder”, “intentar de nuevo”, con lo cual se va desarrollando la tolerancia a las frustraciones.
Con los videojuegos también sucede lo que enunciamos al inicio acerca de los juguetes en nuestra sociedad de consumo, donde eternamente se puede comprar algo mejor, las nuevas versiones que propone el mercado. A menudo, se convierte en una rueda sin fin de adquisiciones en las que estamos insertos.
Con estas líneas no quisiera reflejar que no se deberían comprar juguetes o videojuegos. Simplemente me inclino a reflexionar: ¿Desde qué lugar estamos comprando estos juguetes a un hijo, sobrino o nieto? ¿Qué juguetes pueden ser aquellos que propicien su juego creativo, imaginativo? En este punto, si el juguete pasa a ser un bien de consumo, pierde su fín en sí mismo. La valoración está en “tener toda la colección” y no en el imitar, simbolizar, jugar con otros, formar bandas con los personajes, posibilitar el juego creativo o potenciar destrezas personales.
Aquí surgen otros interrogantes acerca del jugar que, autores clásicos de la literatura psicoanalítica, han desarrollado: ¿Qué diferencias encontramos en un juego creativo, imaginativo y un juego que no lo es? ¿Cuándo se propicia la posibilidad de simbolizar en el juego?
La primera gran diferencia es que solemos aburrirnos cuando el juego no es algo serio. Existen otros tipos de juegos o expresiones de movimientos repetitivos, estereotipados, en los que se privilegia la descarga motriz, la acción y en los cuales no es posible el “como si”. En cambio, el juego simbólico, creativo, permite pensar, imaginar estrategias y habilita un tipo de “trabajo mental” en el que nos podemos sumergir, adultos y niños. Implica un “como si” esto o aquello estuviera ocurriendo pero requiere de cierta convicción temporal de que eso es posible. Por ejemplo: “si estamos jugando a ir en una nave hacia algún planeta lejano”, en el juego “estoy dramatizando realmente que estoy en un planeta por ejemplo lleno de lava que puede quemar…” o; si jugamos al “Truco”, juego popular en la Argentina, yo quiero “convencer al otro que tengo una buena carta, aún cuando no la tenga” para ganar, para cantar: “-Vale cuatro!”.
El jugar creativo abre un sin fin de aperturas de pensamiento. Es de suma relevancia para el desarrollo de todo niño, y asimismo es importante en la vida adulta tener espacios lúdicos, creativos. Los niños pueden jugar solos, y es necesario que lo puedan hacer, cuando ya han aprendido a estar solos jugando mientras el adulto está cerca, sabiendo que pueden recurrir si lo necesitan. Pero también creo que es necesario e importante, para el desarrollo de la creatividad, para el aprendizaje, que los padres, tíos, padrinos y abuelos jueguen con los niños. Pero “jugar de verdad”, como dirían los niños. Jugar “de verdad” es acceder, involucrarse, permitirse esa vida inventiva, ingeniosa, que nos lleva a horizontes inimaginados previamente: porque quizás, empezamos jugando a estar en un “planeta con lava, para terminar en una máquina del futuro que nos lleva a luchar con aliens que invadieron el planeta Tierra…” La imaginación y la creatividad no tienen fronteras, solo el “tiempo del jugar”.
*Psicoanalista de la Asociación psicoanalitics de Aires Buenos
( APdeBA)