
Valiante, quien hoy se presenta como un éxponente de la "nueva política", olvida convenientemente su propio pasado ligado a los sectores que tanto critica.
Resulta irónico que alguien que fue funcionario durante la gestión de Facundo López y cercano al massismo, ahora se erija como paladín de la pureza política desde las filas libertarias. Más aún cuando su nombre estuvo involucrado en denuncias por el robo de herramientas destinadas a cooperativas de trabajo, un escándalo que lo alejó de la escena pública hasta su reciente "reconversión" ideológica.
Valiante critica el armado de un nuevo partido, calificándolo de "disfraz berreta" y comparándolo con delincuentes que cambian de identidad. Sin embargo, su propio itinerario político refleja exactamente ese comportamiento camaleónico que denuncia. De aliado del Frente Renovador a ferviente libertario, pasando por cargos municipales, su trayectoria parece guiada más por la conveniencia que por las convicciones.
Es preocupante que personajes como Valiante, que representan lo peor de las viejas prácticas políticas, tengan la osadía de presentarse como renovadores. La crítica es válida y necesaria en la política, pero pierde toda legitimidad cuando proviene de quienes fueron parte del problema y, lejos de hacer autocrítica, se limitan a cambiar de bandera para seguir vigentes.
La gente ya no se deja engañar por discursos incendiarios de quienes ayer estaban de un lado y hoy pretenden liderar el otro. Si Valiante realmente quiere hablar de moral política, primero debería rendir cuentas por su propio pasado y entender que la credibilidad no se construye a fuerza de insultos, sino de coherencia y responsabilidad.